À la Chandeleur, le jour croît d’une heure, que viene a ser lo mismo que Por san Blas, una hora más, aunque la Candelaria se celebra el 2 de febrero y san Blas el día 3. En efecto, mes y medio después del solsticio de invierno el día empieza a alargar y la tierra empieza a renacer como se puede ver ya en las riberas del Mediterráneo con la floración de los almendros y de las mimosas.
También cuando en el calendario asoma la hoja de febrero, en las zonas boscosas de Francia, España o Italia los osos pardos comienzan a abandonar la osera donde han estado hibernando y salen en busca de comida. De ahí los numerosos pueblos de Cantabria, el País Vasco, Navarra y toda la zona pirenaica a ambos lados de la frontera franco-española en los que el oso se convierte en el personaje central de las fiestas tradicionales que en los primeros días de febrero se celebran bajo las advocaciones cristianas de la Candelaria (2 de febrero), san Blas (3 de febrero) o santa Águeda (5 de febrero) y que se pueden considerar como el inicio del ciclo carnavalesco.
<h2>¿Dónde nace la Candelaria?</h2>
Estas fiestas de raíz ancestral y pagana provienen de los pueblos germanos, escandinavos y celtas por lo que el cristianismo, convertido en religión oficial del Imperio romano en el siglo IV, tuvo gran interés en eliminarlas o, cuando esto se reveló como una tarea casi imposible, cristianizarlas. Las fechas de estas festividades coincidían, aproximadamente, con las de la Lupercales romanas, cuando en las casas de Roma se comían dulces y tortitas de trigo y se mantenían encendidas todas las antorchas y lucernarios de las casas en honor del dios de la fecundidad (Lupercus) y como símbolo de purificación (el fuego como elemento purificador está presente en otras muchas fiestas, como las de San Juan en el solsticio de verano).
Con todos estos elementos, el papa Gelasio I, a finales del siglo V, instituyó la fiesta de las candelas como rito relacionado con la purificación de la Virgen María a los cuarenta días del nacimiento de Jesús y con la presentación del Niño en el templo de Jerusalén ante el patriarca Simeón, que calificó a Jesús como “la luz que alumbra a las naciones”. Et voilà, en uno de esos ejercicios de sincretismo tan propios de las religiones, diversas tradiciones precristianas se convierten en el punto final del ciclo de la Navidad.
De la procesión de antorchas por las calles de Roma instituida por Gelasio, deriva la bendición de las velas (candelas) en las iglesias cristianas el día 2 de febrero (cumplida la cuarentena postparto de María) y el nombre de fiesta de la Candelaria (la Chandeleur en francés).
Pero las novedades del emprendedor papa no terminan ahí. Los peregrinos que llegaban a Roma el día de la Candelaria eran obsequiados con tortas o panes de trigo sarraceno de la cosecha del año anterior, seguramente panes sin levadura similares a lo que ahora llamamos pan de pita y de forma circular. Estamos a un paso de empezar a comer crêpes.
Como el cristianismo es una fuente inagotable de símbolos, pronto estos panes o tortas redondos y tostados se relacionaron con el disco solar y por tanto con la celebración litúrgica, convirtiendo esa forma de sol comestible en símbolo de la “luz que alumbra las naciones” que dijo el patriarca Simeón.
Para terminar de dar lustre a la fiesta religiosa, a finales del siglo XIV unos pescadores encontraron en la isla de Tenerife una imagen de la Virgen el día de 2 de febrero, por lo que se la conoce como Virgen de la Candelaria y es la patrona de las islas Canarias. De ahí la devoción pasó a Méjico y otros países de Iberoamérica por lo que la fiesta de las candelas tiene también un gran arraigo en América. Y por si esto fuera poco, en la villa de Valls (Tarragona) se atribuyó a la Candelaria el final de la epidemia de peste de 1348 y se instituyeron unas grandes fiestas decenales.
<h2>¿Qué queda hoy de la Candelaria? </h2>
Es curioso observar cómo de la misma manera que se cristianizaron fiestas paganas en los primeros siglos de nuestra era, esas celebraciones sacras se vuelven a convertir en fiestas laicas y populares en las que el comer y el beber devienen los ritos festivos en sustitución de las misas y las procesiones. Así que en muchos lugares se elaboran dulces típicos de estas fechas como los blaiets (galletas con la imagen de san Blas) en Cataluña y los rollos pintados, rosquillas, regañás y otros en diferentes pueblos de España, Italia o Francia.
Pero, sin duda, el alimento típico de la Candelaria que, originario de Francia, ha traspasado tantas fronteras como el croissant es la crêpe, esa fina tortita de masa de harina, agua, mantequilla y huevo que admite cualquier acompañamiento dulce o salado. Es sencillo y rápido de elaborar y aún más rápido de comer, el único secreto es darle la finura adecuada y saber darle la vuelta a la tortita. Y, por cierto, una tradición arraigada en Francia dice que hay que dar la vuelta a las crêpes sujetando la sartén con una mano mientras en la otra se sostiene una moneda de oro (en estos tiempos nos podemos conformar con una de dos euros); si se tiene éxito en la operación el año será próspero, en caso contrario puede que haya problemas en la economía familiar.
Como todo buen alimento, las crêpes necesitan ir acompañadas de la bebida adecuada. Y si hemos empezando hablando de zonas boscosas y de montaña y del despertar de los osos, nada mejor que la bebida propia de estos países de la manzana: la sidra.
Así que si eres de crêpe de Nutella, de Nocilla o de mermelada de higos, una sidra dulce Val de Rance o una sidra de pera Mère Poulard serán la pareja ideal en tu celebración de la Candelaria. Pero si lo tuyo es lo salado y te tira más el jamón que el chocolate, te recomendamos la sidra brut Val de Rance. Aunque si lo celebras en buena compañía, lo mejor es comenzar con unas crêpes saladas y terminar con las dulces lo que te da la oportunidad de saborear las diversas variedades de sidra bretona.
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